Caminata por la dignidad y la soberanía: Paso a paso
Por: Melissa Cardosa
Los kilómetros
quedan atrás y se van abriendo hacia delante, en el camino que lleva a Tegucigalpa.
El primero de
marzo desde Siguatepeque, en un encuentro en el centro de la entrada a esta
ciudad, un grupo de feministas detuvo el tráfico encabezado por rastras
enormes, con una manta amarilla que dice: Pueblos con
soberanía, mujeres con autonomía. Detrás de ellas se abrazaban en un saludo de hermandad,
de complicidad, de alegría por compartir este proyecto de camino común, cientos
de mujeres y hombres que se propusieron recorrer con sus pasos los territorios
de esta Honduras, entregada casi por completo al capital transnacional y a sus
avaros cómplices locales.
Con más de
ochenta años, un señor que se unió a la caminata del COPINH desde Jesús de
Otoro, avanza. Si me paro, dice, me va a costar mucho continuar. Así que
se detiene lo menos posible. Mire, que
belleza este país en el que vivimos, qué lujo poderlo ver así, caminando,
va comentando cuando la dureza del desarrollismo que ha hecho pedazos Honduras
nos permite mirar el bosque de cerquita, oler los pinos, escuchar su rumor de
hojas.
Las carreteras
son una representación clara del lugar que tienen las personas en este modo de
vivir. Caminamos con miedo, marginales, en la orilla de las potentes vías
construidas para el paso de los carros y camiones que son los amos del
territorio. Las casas, la gente quedó alrededor del asfalto. Cerca de Comayagua
se nota tanto que las comunidades y sus modos de vida quedaron truncados por
estos monstruos que levantan muros de contención que son difíciles de cruzar,
otra vez en nombre de la seguridad. Las mujeres, las niñas y los niños, rodean
estas moles de ruido y contaminación. Tienen miedo para cruzar, corren sobre el
asfalto, pero lo tienen que hacer, del
otro lado está la escuela, la casa de amigas, la de los abuelos. Malditas
autopistas.
La caminata por
la dignidad y la soberanía Paso a Paso, se fortalece. Se incorporan caminantes,
y aquellas personas que resisten desde el
inicio han crecido en capacidad caminadora,
en reflexión, en conciencia, en articulación. Todos los problemas que se
manifiestan en los movimientos sociales son vividos en pequeña y suficiente
escala. Un proyecto como éste requiere no sólo harta organización y logística,
sino una capacidad importante para dialogar, entender, respetar, discutir.
Una
problemática evidente tiene que ver con los ritmos, la gente que camina más
rápido quiere ir más rápido y se desespera; las que caminan despacio y se
cansan luego también se desesperan. ¡hay que esperar a los que vienen atrás¡
¡Hay que mandarlos en carro porque no vamos a llegar¡ ¡esos de adelante parece
que tienen tierno, porqué corren¡ Hay metas que cumplir, pero hay ritmos
distintos. Acaso no es así en los proyectos de mundo que queremos. Se necesita
mucha palabra, voluntad, apertura de mente y corazón y hasta cariño para si una
no entiende por lo menos hacer el esfuerzo.
Venir asoleada,
tener hambre, tener dudas de si no sería mejor estar en la casa, sumarle a este
esfuerzo los problemas cotidianos, los históricos, la realidad de lo que sucede
y por lo que caminamos, a veces resulta una combinación explosiva.
Sale más fácil
putear un compa, o se nos salen los prejuicios racistas, machistas, la burla
pronta, el silencio resentido. Sale
mejor estar en el mismito grupo de siempre y no juntarse con los otros, más
cómodo y sencillo. Pero así no se puede llegar al final, no podemos separarnos
ahora, estamos obligadas a juntarnos. Y aunque estemos llenos de debilidades,
prejuicios y errores, también somos personas con una voluntad fuerte que paso a
paso avanza y tiene su meta: llegar a Tegucigalpa para manifestar nuestras
propuestas; caminar para fortalecer nuestras luchas contra la lógica
destructiva y sus armas. (Pese al agotamiento hay quien por las noches se anima
a bailar un par de horas)
Esta es sólo
una caminata más en ese sentido, y la gente que no camina ahora siempre podrá
hacerlo cuando sea su propio tiempo y
esperanza que le lleve a andar. Aunque no falta
quién nos manda a trabajar, como si abundara el trabajo en Honduras, hay gran
cantidad de gestos de solidaridad en el camino. Choferes de camiones que se
paran para alcanzarnos zapatos, una chumpa, dinero, agua. La gente de las casas
que nos dice adiós, que sonríe, que regala pastillas para los dolores
musculares.
Las niñas y los
niños tan entusiasmados con sus risas nos inspiran, una se imagina a estos
niños cuando adultos relaten a otras un día de su infancia en que vieron pasar una
fila de gente asoleada y cansada pero que gritaba bajo el sol:
Y las ciudades modelo, Fuera.
La ley de minería es una porquería.
Que vivan las niñas y los niños de Honduras.
Libertad para Chavelo Morales.
Ni golpes de estado, ni golpes a las mujeres.
Quienes somos: sangre de Lempira
Para entonces
muchas de nosotras ya no estaremos en estos territorios amados y nuestros
huesos serán de nuevo parte de la tierra, sólo quedarán tal vez, sólo tal vez, algunos
de nuestros pasos.
Desde un camino, Honduras, marzo del
2013
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