22 de septiembre de 2011

EL VOTO SIMBÓLICO

Anamaría Cofiño K. (Petatera Guatemala)

Ante un sistema político que permite a personas y partidos con antecedentes de corrupción y crímenes competir por el poder, la creencia en la participación ha alcanzado su más bajo nivel. Miles de desencantados están pensando no ir a votar del todo o anular las boletas. Estos votos o ausencias son una genuina expresión política de la ciudadanía que no tolera más mascaradas. Son una manera de oponerse a un sistema vergonzoso, disfrazado de democracia.

Cualquiera sabe que los partidos aquí y ahora no son organizaciones políticas, sino empresas lucrativas que compiten por manejar el Estado para enriquecerse. Son agrupaciones volátiles, carentes de salidas para un país cada vez más empobrecido, donde la militancia es manipulada y el compromiso se compra. Las excepciones son escasas: en algunos lugares hay candidaturas populares que defienden la autonomía de sus territorios frente a las compañías explotadoras. Ideal sería que se posicionaran del lado de las mujeres, por la equidad y contra la violencia.

El predominio ideológico de derecha, con influencias neoliberales a ultranza y fuerte protagonismo militar o cercano a los grupos ilegales, está a la vista. Hay estilos, colores y mensajes fascistas que no se pierden. La indignación crece frente a candidaturas de delincuentes perpetuados en puestos que les garantizan inmunidad. La gente se pregunta de dónde viene tanto dinero para tirar a la basura en campañas insulsas y tontas. El descontento popular es medida de la farsa de una elección en la que no hay dónde escoger, porque todos proponen seguir militarizando la sociedad, vendiendo el país, y perpetuar la cultura de destrucción y muerte.

La izquierda unificada está en el margen, como siempre. Por varias razones: dirigencias caudillistas, organizaciones jerárquicas, falta de visión y estrategias, entre otras. En este contexto, votar por Rigoberta es un voto simbólico que no busca su triunfo, sino hacerse presente. No es necesariamente un voto de apoyo a Winaq, ANN y URNG, sino a los principios políticos que buscan la justicia social. Para las generaciones que lucharon por transformar la estructura económica de exclusiones y privilegios, es un voto de nostalgia. Votar por una mujer indígena -se dice- es pasarle la factura al racismo y las opresiones históricas.

Algunas feministas coincidimos en que abstenernos en este proceso, en el que todos los candidatos se han alineado con los mandatos retardatarios de la iglesia católica, contra los derechos sexuales, es un acto de rechazo radical a posiciones conservadoras antidemocráticas. Hemos discutido, buscando la información que sustente nuestras decisiones, para concluir que nuestra voluntad es seguir construyendo una propuesta de sociedad basada en el bienestar común. Reivindicamos el derecho humano a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestros territorios. Confiamos en que en el futuro podamos apoyar una alternativa dispuesta a construir comunidades donde se respete la libertad, el disenso y las diferencias para convivir en armonía con la naturaleza.

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